Un memorable concierto a cargo de Harold López Nussa y su formidable
grupo ha tenido lugar recientemente en le sala- teatro del Museo
Nacional de Bellas Artes. Ha sido un lujazo, otra vez, poder disfrutar
de la excelencia de un conjunto sonoro de calibre internacional que no
deja de sorprender, incluso, a los seguidores de sus actuaciones, entre
los cuales me cuento.
En esta ocasión, Harold, siempre al uso de la palabra que en su opinión no sabe manejar y que yo encuentro muy expresiva, ejecutó un programa de rico y variado repertorio, entre cuyas piezas destacó un delicioso fragmento de la banda sonora del filme cubano Fábula, recientemente estrenado en el Festival de Cine de La Habana, y debido a su propia autoría.
Talento, empatía grupal, inspiración, son algunos de los atributos que el público pudo respirar -y admirar-, en el despliegue escénico de estos músicos, profesionales cada uno en el ejercicio de su instrumento sonoro y maestros todos en la seriedad y altura de sus entregas.
Un momento descollante de la noche se produjo cuando se integró al conjunto la diva de la música cubana, Omara Portuondo y regaló a todos Adiós Felicidad, una estremecedora canción de O. Farrill que sacudió a la sala y no permitió prácticamente a la artista recuperarse de la conmoción causada por los sinceros aplausos.
Omara se entregó, como siempre, en una ejecución brillante de inspirada tesitura y definida por un dominio histriónico sorprendente, fiel a su excelencia actoral.
Fue una noche de lujos y de descubrimientos, de certezas puestas a frutecer llevado de la mano de la joven vanguardia jazzística cubana y de una joya de la canción en la Isla, leyenda para todos los tiempos, Omara Portuondo.
En esta ocasión, Harold, siempre al uso de la palabra que en su opinión no sabe manejar y que yo encuentro muy expresiva, ejecutó un programa de rico y variado repertorio, entre cuyas piezas destacó un delicioso fragmento de la banda sonora del filme cubano Fábula, recientemente estrenado en el Festival de Cine de La Habana, y debido a su propia autoría.
Talento, empatía grupal, inspiración, son algunos de los atributos que el público pudo respirar -y admirar-, en el despliegue escénico de estos músicos, profesionales cada uno en el ejercicio de su instrumento sonoro y maestros todos en la seriedad y altura de sus entregas.
Un momento descollante de la noche se produjo cuando se integró al conjunto la diva de la música cubana, Omara Portuondo y regaló a todos Adiós Felicidad, una estremecedora canción de O. Farrill que sacudió a la sala y no permitió prácticamente a la artista recuperarse de la conmoción causada por los sinceros aplausos.
Omara se entregó, como siempre, en una ejecución brillante de inspirada tesitura y definida por un dominio histriónico sorprendente, fiel a su excelencia actoral.
Fue una noche de lujos y de descubrimientos, de certezas puestas a frutecer llevado de la mano de la joven vanguardia jazzística cubana y de una joya de la canción en la Isla, leyenda para todos los tiempos, Omara Portuondo.
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