El pasado 10 de noviembre, en la sala Rubén Martínez Villena de la
UNEAC, asistí al espacio de debate mensual Mirar desde la Sospecha,
encuentro organizado por el Programa de Género y Cultura del Grupo de
Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero (OAR) y coordinado por la
académica Danae C. Diéguez y las periodistas Helen Hernández Hormilla y
Lirians Gordillo Piña. El intercambio, dedicado a discutir acerca de la
violencia de género en la música popular cubana y en el que participamos
como panelistas Sandra Álvarez (sicóloga e investigadora acerca de
asuntos de género y racialidad) y el que suscribe, es parte de las
acciones que conforman la Jornada por la No Violencia contra las
Mujeres, ciclo de acciones desarrolladas por instituciones y organismos
de nuestro país y que se extenderá hasta el venidero diciembre.
Los estudios internacionales en torno a las disímiles formas de
relación entre música y violencia datan, en lo fundamental, de comienzos
de la década de los 90 del pasado siglo, momento en el que proliferan
en torno al tema variadas ideas en el discurso mediático de las
políticas de lo público y lo privado. En dicho sentido, aparecen dos
líneas aparentemente opuestas: la primera es la celebración de la música
como respuesta a la violencia, concepción a tono con lo que en el libro
The Expediency of Culture (Duke University Press,
2003) George Yudice ha señalado como una transformación general en el
valor y episteme de lo cultural en el mundo contemporáneo.
La segunda línea es la que afirma que existen músicas incitadoras a la
violencia (incluida la de género) y que por ello, debe ser prohibida su
circulación en los medios. Los seguidores de esta variante asumen que
hay una correlación causal entre textualidad, práctica musical y efecto
social. De tal suerte, como ha indicado la investigadora Ana María
Ochoa, «la música se constituye en eje fundamental de lo paradójico de
las políticas de prohibición que señalan un problema por medio de su
negación», es decir, el silenciamiento de dichas músicas se hace parte
de una política de negación de la existencia de incómodas realidades.
Según lo expresado en la nota promocional distribuida por los
organizadores del debate acerca de la violencia de género en la música
popular cubana: «La realidad mediática global está plagada de imágenes y
discursos que legitiman la violencia en todas sus manifestaciones, en
especial aquella que se ejerce contra las mujeres por cuestiones de
género. Si en un espacio cultural se hace evidente esta condición en
Cuba es en la música popular, donde abundan mensajes cargados de
agresividad simbólica y sicológica…»
Para guiar el intercambio de opiniones, se formularon las siguientes
cinco preguntas: ¿Es la violencia de género un discurso recurrente en la
música popular cubana? ¿Cuáles creen son las razones por las que esos
discursos se repiten en las frases que escuchamos habitualmente desde la
música? ¿Creen sea el reguetón el género musical que más ha colaborado
con el sexismo y la violencia contra las mujeres? ¿Por qué? ¿Existe una
relación directa entre el género musical y la violencia como
verbalización explícita en los textos? ¿Podríamos contar con una
contrapropuesta musical que posea los mismos espacios de legitimación
que aquella que fomenta la violencia contra las mujeres como discurso
cotidiano?
Se deducirá que con un cuestionario tan rico y polémico, al que
panelistas y público asistente intentamos dar respuestas, no desde un
idéntico sentido analítico sino a partir de disímiles perspectivas,
afloraron contradicciones y diferencias, tanto por el contexto desde el
que se aborde el fenómeno, como por el posicionamiento analítico de cada
quien ante la temática.
Así salieron a la discusión frases como: «Pun, pun te maté», «Le gusta
el bate a la mujer del pelotero», «Cric, cra, te partí el cuello», «Dime
cuánto es que ella vale» o el texto del «Chupi chupi», temas de alta
popularidad entre numerosas zonas de nuestra población, a pesar de la
carga de sexismo y de violencia que conllevan, lo cual denota la
compleja trama entre singularidad subjetiva y colectividad social, todo
un desafío a obviedades de interpretación.
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