jueves, 10 de noviembre de 2011

Liuba y sus misterios


Concierto de Liuba María Hevia "Como un ángel que despierta". Foto: Olivia Prendes
Concierto de Liuba María Hevia
"Como un ángel que despierta". 
Foto: Olivia Prendes

La mar de veces los misterios nos penetran sin pedir permiso, imperceptiblemente; a través de minúsculos e indistinguibles hechos que nos dejan un regocijo innombrable, una sabia alegría que cala hondo. Así que cuando ese ángel mayor que es Liuba María Hevia -irrepetible conjunción de canciones puras y tierna voz- nos convoca a montar sobre las alas de un colibrí podemos afinar nuestros espíritus porque el festín de arcanos que se avecina es indudable. Y se agradece.
Se agradece que Liuba haya desplegado tanto amor a lo largo de dos horas en un concierto devenido a ratos diálogo sobre lo trascendental y lo simple con un público fidelísimo y en el que, como por accidente, surgían a ratos magníficas composiciones destinadas a instalarse cómodamente en los corazones asistentes.
Se agradece que las canciones escuchadas una y otra vez adquieran un calor distinto al amparo de la sinfonía de instrumentos que siempre acuden a la cita; que un violín estalle en arpegios vibrantes y que un arpa transparente obsequie su sonido antiguo.
Se agradece que no haya faltado Ada Elba Pérez (no podía faltar). Yo la vi, no solo en las fotografías; la descubrí entre la decoración, contando secretos a Liuba, afinando la guitarra, haciendo bromas a los músicos y sentada en el banco, sin más país que la inocencia.
Se agradece que por unos minutos magníficamente eternos el escenario habanero se transmutara en un arrebato de nostalgias en rambla montevideana y tocaran puerto habanero miríadas de milongas, tangos y candombes de aires tristes y “desperanza’o”, sutilmente hilvanados por una voz cubana y otra intensa del Uruguay.
Fue un concierto que estuvo en peligro de naufragar en sus días previos por una de esas trastadas de la naturaleza humana. Pero Liuba supo guardar un silencio impaciente y despertar como el ángel que es para regalarnos, una vez más, los misterios de una lección de ética de la ternura. Y se agradece.

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