Por: Alberto Faya Montano
Recuerdo ahora una de las películas más conmovedoras que el cine cubano
haya realizado en su historia y me refiero al documental Por Primera Vez
del director Octavio Cortázar. Corrían entonces los primeros años de la
Revolución y las imágenes que el filme mostraba acerca del
deslumbramiento de los campesinos al “ver pasar la vida” delante de sus
ojos eran, para nosotros, la evidencia de la intención que un Estado
justo tenía de que el pueblo alcanzara los más altos niveles de
información y consecuentemente de cultura. Independientemente de los
emotivos significados que aquello tenía, todos comprendíamos que
estábamos frente a una política y una ética de nuevo tipo. Era clara la
intención de que participara el pueblo en el ámbito cultural no solo
como receptor sino también como protagonista.
Aquellas experiencias sucedían en la época de una Batalla por la
Alfabetización y una generalización de la educación que involucró a todo
el país así como la explosión de movimientos de aficionados a las artes
que pretendían promover la cultura popular en centros de estudio,
unidades militares, CDRs, sindicatos y en todos los ámbitos de nuestra
vida. Parecía que estábamos construyendo un hombre nuevo y el Che así lo
designaba. Era la época del “fusilamiento” de libros importantes de la
llamada cultura mundial, de una avidez por la lectura que todavía
persiste; del aprendizaje del marxismo leninismo lamentablemente muy
torcido por la acción de los manuales; de la lucha contra el
“Imperialismo cultural” y el “diversionismo ideológico” que adquirió
entonces matices muy diversos y en ocasiones terriblemente sectarios y
limitados. Estábamos comenzando a caminar con dificultad pero en una
dirección esencialmente correcta: había que darle su lugar a la cultura
antes dominada.
Herederos de civilizaciones africanas e indígenas pero también,
marcados por el hierro colonial, nos hemos formado dentro del denominado
mundo occidental hegemónico donde prevalecen los llamados países
desarrollados pero en el que se enfrentan ideas de vanguardia a las
obsoletas concepciones de la vida. No ha sido suficiente la advertencia
de que estudiásemos y aprendiéramos, habría que perfeccionar lo que se
ha estudiado y aprendido y la escuela nueva debía transformarse mucho
más pero ello implica una esmerada atención a los procesos de
descolonización en el plano de las ideas que entonces y todavía hoy,
algunos no acabamos de entender a cabalidad. Cuando comenzamos a
construir el socialismo, tampoco sabíamos que ello se logra
forzosamente, aprendiendo.
Nuestra cercanía histórica y geográfica al imperio más poderoso de
todos, ha impactado nuestros conocimientos, nuestras concepciones acerca
de la vida y por supuesto, nuestros gustos y nuestra cultura en general
al imponer su “way of life”. Arrancar aquello de nuestras mentes, ha
sido causa de no pocos y profundos desgarramientos, amargas decisiones y
difíciles alternativas. Hemos aprendido pero también el capitalismo
aprende porque sus representantes viven enfrascados en su necesidad de
obtener ganancias a toda costa tratando de sobrevivir, al precio de
muchas muertes, a su proceso de autodestrucción. A esa manera
capitalista de existir le es inherente un pensamiento integrado por una
enorme cantidad de ideas y concepciones acerca del mundo
sistemáticamente “actualizadas” para convertirlas en principios
generales de existencia por lo que cualquier oposición a este conjunto
ideológico, implica también un enfrentamiento a muy diversas muestras de
un supuesto arte nuevo, enmascaradas tras el sagrado velo de: “hay que
estar al día”.
Hoy habitamos un mundo “civilizado” dominado por sistemas de
comunicaciones e información cada vez más sofisticados los cuales
continúan modelando nuestras ideas de muchas maneras y convirtiendo lo
que tales sistemas han calificado de “popular” en algo que, por inducido
en el gusto de las mayorías, se torna “sagrado”. Tras estos principios
se sugieren modelos de conducta y de gustos a las grandes mayorías
consumidoras mediante los que se induce una nueva forma de colonización.
Para liberarnos de esos continuamente renovados lastres se requiere
una revolución en las concepciones y en la divulgación y promoción de la
cultura.
Para muchos, la música ha sido convertida en algo ajeno a todo este
movimiento de ideas y solo una diversión. Ciertamente una de las
funciones de las obras musicales es la de proporcionarnos placer pero
nunca ha sido la única. A partir del desarrollo de los mecanismos de
conservación de la música como las grabaciones, las trasmisiones
radiales, el cine sonoro, la televisión y recientemente los CDs y
videos, su producción masiva ha desarrollado un enorme mercado en el
cual difieren muy poco unas obras de otras lo cual ha sido también un
rasgo de los productos audiovisuales relacionados con la música. El
objetivo primordial ha estado en desplegar un estilo de entretenimiento
que garantice el consumo constante de productos y genere enormes
procesos de comercialización los cuales contribuyen a castrar funciones
de la música tales como el conocimiento de la realidad y la creación de
altos valores sociales. La llamada música popular cuyo propio nombre
sugiere los destinos de su producción en masa ha estado en el centro de
esos procedimientos.
Siguiendo los principios mercantiles señalados y tomando en cuenta los
diversos hallazgos científicos del siglo XX, la concepción de las obras
musicales como productos sonoros “divertidos” se mezclaron con modelos
visuales a partir de la aparición del cine hollywoodense y la televisión
cuyos principios de funcionamiento social no fueron casualmente
diseñados en los Estados Unidos. Uno de los métodos para asegurar las
“ventas” ha sido la atención a diversos grupos etarios separando la
sociedad en compartimentos estancos. Por solo citar unos ejemplos: En la
década de los 50, junto a la música, el sistema de vida estadounidense
exportó todo un conjunto de maneras de vestir, tipos de comida y
conductas sociales en general. Fue la industria estadounidense la que
desarrolló como nunca antes y en el siglo XX, la concepción de una
modernidad y un sonido aparejados a una forma de ser jóvenes. El rock
and roll era “rebelde”, contestatario, irreverente y “propio de una
edad”. El mundo audiovisual de Hollywood nos presentaba una y otra vez
“las imágenes de la vida real” y muchos reaccionábamos como los
campesinos de la Sierra Maestra que se enfrentaron “por primera vez” al
cine en los tempranos años 60, solo que en este caso los filmes no eran
silentes y no eran la obra crítica de genios como Charles Chaplin sino
la “rebeldía sin causa” eficientemente representada por James Dean;
peores versiones de la “oposición a los adultos” por parte de Elvis
“Pelvis” Presley o las aún más malas actuaciones de Bill Halley y sus
Cometas seguidas casi inmediatamente por émulos locales como los
Hermanos Llopiz que se presentaban en la pantalla chica cantando lo que
resultaba para nosotros tan incoherente como : “Hasta luego cocodrilo,
te pasaste de caimán”. Cualquier parecido con situaciones contemporáneas
no es pura coincidencia.
Numerosísimos ejemplos acerca de la relación entre la música y el mundo
audiovisual nos ofrece la historia de la TV estadounidense que influyó
notablemente en Cuba aún cuando dentro de nosotros, algunos destacados
artistas trataron de reflejar, al menos, una parte del mundo musical
cubano en su búsqueda de expresiones propias y nacionales desde ese
mundo audiovisual. Esas honrosas excepciones constituyeron después,
puntos de partida en las búsquedas de un lenguaje mediático propio que
aún hoy no ha sido explotado en todas sus posibilidades aunque habría
también que señalar que numerosos jóvenes formados en nuestras
instituciones pugnan por expresar el esencial sentido de lo cubano
actual.
Hoy la situación es mucho más compleja debido a la globalización de una
cultura casi única que nos muestran los medios masivos incluyendo
juegos de computación e Internet y que día a día pesa sobre cada uno de
nosotros a manera de “lenguajes contemporáneos”. Esa globalización, que
responde a mecanismos de concentración de una industria cultural, ya no
puede hoy prescindir de las combinaciones de imágenes y música uno de
cuyos ejemplos más evidentes es el video clip.
El desarrollo de la tecnología audiovisual permite una enorme rapidez
en el traslado de los mensajes así como una enorme eficiencia expresiva
que pudiera contribuir a caminos creativos insospechados.
Lamentablemente, en la globalización de los videos musicales han primado
los intereses de lucro por encima de valores realmente artísticos,
creándose gustos generalizados que exigen la reproducción de sus
parámetros éticos y estéticos en una rueda interminable. Lo esencial
sería aprovechar las ventajas que las condiciones materiales y
culturales que determinados lenguajes nos ofrecen, tal y como han hecho
históricamente los verdaderos artistas y no sucumbir a las demandas de
una moda controlada por el mercado.
Utilizar los recursos con que nos ha inundado la cultura de consumo es
hacerles el juego a los enemigos declarados del real y profundo progreso
social. Entre esos recursos están: el uso la pornografía, la
discriminación racial implícita en los modelos humanos esquemáticos que
se presentan, la pobreza de una música simplona, el lenguaje que apela a
la grosería como si fuera representativo del saber popular y la actitud
acrítica ante “el gusto establecido” por parte de quienes tienen la
responsabilidad de crear, difundir y promover valores no solo estéticos
sino también éticos. La irresponsabilidad de asumir esta “estética”
colmada de mimetismos ha resultado culpable del desarrollo de hábitos y
gustos que le abren el camino a la devaluación de los principios que
pudieran sustentar al verdadero arte, el que nace de una creatividad
afincada en los más profundos valores humanos. El gran mercado se ha
valido de los recursos expresivos que el medio audiovisual ha aportado a
la contemporaneidad, en numerosas ocasiones en función de las ventas y
no del desarrollo cultural. Seguir estos propósitos nos conduce por lo
peores caminos la manipulación de los saberes. El crecimiento del
“pequeño mercado” de ventas callejeras de discos ―muchos de ellos
“pirateados”― contribuye notablemente a los propósitos de la “corriente
fundamental mercantil” representante del peor gusto musical y visual.
El video musical, como otras muchas expresiones artísticas y
enriquecido muy tempranamente por la imaginación de artistas precursores
como Santiago Álvarez (estoy recordando ahora a NOW) es un
poderoso recurso que puede y debe estar en función de la construcción de
un presente y un futuro que los cubanos nos merecemos.
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