sábado, 26 de noviembre de 2011

Imagen, música y revolución


Imagen, música y revolución: Viva el arte 


Recuerdo ahora una de las películas más conmovedoras que el cine cubano haya realizado en su historia y me refiero al documental Por Primera Vez del director Octavio Cortázar. Corrían entonces los primeros años de la Revolución y las imágenes que el filme mostraba acerca del deslumbramiento de los campesinos al “ver pasar la vida” delante de sus ojos eran, para nosotros, la evidencia de la intención que un Estado justo tenía de que el pueblo alcanzara los más altos niveles de información y consecuentemente de cultura. Independientemente de los emotivos significados que aquello tenía, todos comprendíamos que estábamos frente a una política y una ética de nuevo tipo. Era clara la intención de que participara el pueblo en el ámbito cultural no solo como receptor sino también como protagonista.
Aquellas experiencias sucedían en la época de una Batalla por la Alfabetización y una generalización de la educación que involucró a todo el país así como la explosión de movimientos de aficionados a las artes que pretendían promover la cultura popular en centros de estudio, unidades militares, CDRs, sindicatos y en todos los ámbitos de nuestra vida. Parecía que estábamos construyendo un hombre nuevo y el Che así lo designaba. Era la época del “fusilamiento” de libros importantes de la llamada cultura mundial, de una avidez por la lectura que todavía persiste; del aprendizaje del marxismo leninismo lamentablemente muy torcido por la acción de los manuales; de la lucha contra el “Imperialismo cultural”   y el “diversionismo ideológico” que adquirió entonces matices muy diversos y en ocasiones terriblemente sectarios y limitados. Estábamos comenzando a caminar con dificultad pero en una dirección esencialmente correcta: había que darle su lugar a la cultura antes dominada.
Herederos de civilizaciones africanas e indígenas pero también, marcados por el hierro colonial, nos hemos formado dentro del denominado mundo  occidental hegemónico donde prevalecen los llamados países desarrollados pero en el que se enfrentan ideas de vanguardia a las obsoletas concepciones de la vida. No ha sido suficiente la advertencia de que estudiásemos y aprendiéramos, habría que perfeccionar lo que se ha estudiado y aprendido y la escuela nueva debía transformarse mucho más pero ello  implica una esmerada atención a los procesos de descolonización en el plano de las ideas que entonces y todavía hoy, algunos no acabamos de entender a cabalidad. Cuando comenzamos a construir el socialismo, tampoco sabíamos que ello se logra forzosamente, aprendiendo.
Nuestra cercanía histórica y geográfica al imperio más poderoso de todos, ha impactado nuestros conocimientos, nuestras concepciones acerca de la vida y por supuesto, nuestros gustos y nuestra cultura en general al imponer  su “way of life”. Arrancar aquello de nuestras mentes, ha sido causa de no pocos y profundos desgarramientos, amargas decisiones y difíciles alternativas. Hemos aprendido pero también el capitalismo aprende porque sus representantes viven enfrascados en su necesidad de obtener ganancias a toda costa tratando de sobrevivir, al precio de muchas muertes, a su proceso de autodestrucción. A esa manera capitalista de existir le es inherente un pensamiento integrado por una enorme cantidad de ideas y concepciones acerca del mundo sistemáticamente “actualizadas” para convertirlas  en principios generales de existencia por lo que cualquier oposición a este conjunto ideológico, implica también un enfrentamiento a muy diversas muestras de un supuesto arte nuevo, enmascaradas tras el sagrado velo de: “hay que estar al día”.
Hoy habitamos un mundo “civilizado” dominado por sistemas de comunicaciones e información cada vez más sofisticados los cuales continúan modelando nuestras ideas de muchas maneras y convirtiendo lo que tales sistemas han calificado de “popular” en algo que, por inducido en el gusto de las mayorías, se torna “sagrado”. Tras estos principios se sugieren modelos de conducta y de gustos a las grandes mayorías consumidoras mediante los que se induce una nueva forma de colonización. Para liberarnos  de esos continuamente renovados lastres se requiere una revolución en las concepciones y en la divulgación y promoción de la cultura.
Para muchos, la música ha sido convertida en algo ajeno a todo este movimiento de ideas y solo una diversión. Ciertamente una de las funciones de las obras musicales es la de proporcionarnos placer pero nunca ha sido la única. A partir del desarrollo de los mecanismos de conservación de la música como las grabaciones, las trasmisiones radiales, el cine sonoro, la televisión y recientemente los CDs y videos, su producción masiva ha desarrollado un enorme mercado en el cual difieren muy poco unas obras de otras lo cual ha sido también un rasgo de los productos audiovisuales relacionados con la música. El objetivo primordial ha estado en desplegar un estilo de entretenimiento que garantice el consumo constante de productos y genere enormes procesos de comercialización los cuales contribuyen a castrar funciones de la música tales como el conocimiento de la realidad y la creación de altos valores sociales. La llamada música popular  cuyo propio nombre sugiere los destinos de su producción en masa ha estado en el centro de esos procedimientos.    
Siguiendo los principios mercantiles señalados y tomando en cuenta los diversos hallazgos científicos del siglo XX, la concepción de las obras musicales como productos sonoros “divertidos” se mezclaron con modelos visuales a partir de la aparición del cine hollywoodense y la televisión cuyos principios de funcionamiento social no fueron casualmente diseñados en los Estados Unidos. Uno de los métodos para asegurar las “ventas” ha sido la atención a diversos grupos etarios separando la sociedad en compartimentos estancos. Por solo citar unos ejemplos: En la década de los 50, junto a la música, el sistema de vida estadounidense exportó todo un conjunto de maneras de vestir, tipos de comida y conductas sociales en general. Fue la industria estadounidense la que desarrolló como nunca antes y en el siglo XX, la concepción de una modernidad y un sonido aparejados a una forma de ser jóvenes. El rock and roll era “rebelde”, contestatario, irreverente y “propio de una edad”. El mundo audiovisual de Hollywood nos presentaba una y otra vez “las imágenes de la vida real” y muchos reaccionábamos como los campesinos de la Sierra Maestra que se enfrentaron “por primera vez” al cine en los tempranos años 60, solo que en este caso los filmes no eran silentes y no eran la obra crítica de genios como Charles Chaplin sino la “rebeldía sin causa” eficientemente representada por James Dean; peores versiones de la “oposición a los adultos” por parte de Elvis “Pelvis” Presley o las aún más malas actuaciones de Bill Halley y sus Cometas seguidas casi inmediatamente por émulos locales como los Hermanos Llopiz que se presentaban en la pantalla chica cantando lo que resultaba para nosotros tan incoherente como : “Hasta luego cocodrilo, te pasaste de caimán”. Cualquier parecido con situaciones contemporáneas no es pura coincidencia.
Numerosísimos ejemplos acerca de la relación entre la música y el mundo audiovisual nos ofrece la historia de la TV estadounidense que influyó notablemente en Cuba aún cuando dentro de nosotros, algunos destacados artistas trataron de reflejar, al menos, una parte del mundo musical cubano  en su búsqueda de expresiones propias y nacionales desde ese mundo audiovisual. Esas honrosas excepciones constituyeron después, puntos de partida en las búsquedas de un lenguaje mediático propio que aún hoy no ha sido explotado en todas sus posibilidades  aunque habría también que señalar que numerosos jóvenes formados en nuestras instituciones pugnan por expresar el esencial sentido de lo cubano actual.
Hoy la situación es mucho más compleja debido a la globalización de una cultura casi única que nos muestran los medios masivos incluyendo juegos de computación e Internet y que día a día pesa sobre cada uno de nosotros a manera de “lenguajes contemporáneos”. Esa globalización, que responde a mecanismos de concentración de una industria cultural, ya no puede hoy prescindir de las combinaciones de imágenes y música uno de cuyos ejemplos más evidentes es el video clip.
El desarrollo de la tecnología audiovisual permite una enorme rapidez en el traslado de los mensajes así como una enorme eficiencia expresiva que pudiera contribuir a caminos creativos insospechados. Lamentablemente, en la globalización de los videos musicales han primado los intereses de lucro por encima de valores realmente artísticos, creándose gustos generalizados que exigen la reproducción de sus parámetros éticos y estéticos en una rueda interminable. Lo esencial sería aprovechar las ventajas que las condiciones materiales y culturales que determinados lenguajes nos ofrecen, tal y como han hecho históricamente los verdaderos artistas y no sucumbir a las demandas de una moda controlada por el mercado.
Utilizar los recursos con que nos ha inundado la cultura de consumo es hacerles el juego a los enemigos declarados del real y profundo progreso social. Entre esos recursos están: el uso la pornografía, la discriminación racial implícita en los modelos humanos esquemáticos que se presentan, la pobreza de una música simplona, el lenguaje que apela a la grosería como si fuera representativo del saber popular y la actitud acrítica ante “el gusto establecido” por parte de quienes tienen la responsabilidad de crear, difundir y promover valores no solo estéticos sino también éticos. La irresponsabilidad de asumir esta “estética” colmada de mimetismos ha resultado culpable del desarrollo de hábitos y gustos que le abren el camino a la devaluación de los principios que pudieran sustentar al verdadero arte, el que nace de una creatividad afincada en los más profundos valores humanos.  El gran mercado se ha valido de los recursos expresivos que el medio audiovisual ha aportado a la contemporaneidad, en numerosas ocasiones en función de las ventas y no del desarrollo cultural. Seguir estos propósitos nos conduce por lo peores caminos la manipulación de los saberes. El crecimiento del “pequeño mercado” de ventas callejeras de discos ―muchos de ellos “pirateados”―  contribuye notablemente a los propósitos de la “corriente fundamental mercantil” representante del peor gusto musical y visual.
El video musical, como otras muchas expresiones artísticas y enriquecido muy tempranamente por la imaginación de artistas precursores como Santiago Álvarez (estoy recordando ahora a NOW) es un poderoso recurso que puede y debe estar en función de la construcción de un  presente y un futuro que los cubanos nos merecemos.

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